La historia de los Schmidt-Gödelitz refleja los problemas de una familia que huyó a Alemania Occidental y vuelve a su hogar en el Este
El recuerdo de las suaves colinas y de los amplios campos salpicados de arboledas de Sajonia acompañó a Johanna Schmidt-Gödelitz durante casi medio siglo. En 1992, cuando entró en la vetusta hacienda que había tenido que abandonar en 1947, sintió que “había regresado a casa”. Tenía 77 años y había cerrado un círculo, el de la huida, el exilio y la nostalgia. El deseo de trabajar por la reconciliación de dos Alemanias que se miran aún hoy cargadas de prejuicio ha abierto otro nuevo ante ella y sus hijos. En este lugar bucólico, cercano a la ciudad de las porcelanas de Meissen, se inaguró en 1998 el Foro Este-Oeste, una iniciativa para tender puentes entre los wessies y los ossies. Lo fundó Axel Schmidt-Gödelitz, el menor de los cuatro niños que en los duros días de posguerra, agarrados a las faldas de Johanna, abandonaron en un tren de ganado la zona de ocupación soviética (la futura República Democrática Alemana, RDA) tras la expropiación de la hacienda familiar de Gödelitz.
El Foro Este-Oeste no es una iniciativa para la galería. La apadrinan gentes que experimentan en su propia persona la necesidad de superar los abismos todavía existentes entre las dos partes del país, como Egon Bahr, el hombre de confianza de Willy Brandt en la Ostpolitik, o la condesa Marion Dönhoff, copropietaria del semanario Die Zeit, que se crió en Prusia Oriental, hoy el enclave ruso de Kaliningrado. La violencia de extrema derecha, el paro, la proliferación de provocaciones neonazis muestran que aún queda mucho por hacer para lograr la coherencia interna de Alemania. El Foro Este-Oeste de Gödelitz quiere ser una iniciativa no burocrática, arraigada a la realidad profunda del país y es, sobre todo, “un asunto sentimental”, dice Johanna Schmidt-Gödelitz, una lúcida mujer. Hoy ya tiene 85 años.
Guiado por el deseo de hacer desaparecer los junkers, la antigua nobleza rural prusiana, el Gobierno comunista de la RDA expropió las fincas de más de 100 hectáreas, sin importar si habían pertenecido a terratenientes o eran fincas modelo, como Gödelitz, que tenía 161 hectáreas.
Johanna había llegado a la hacienda en 1937, al casarse con Helmut Schmidt. Cultivaban cereales, frutas y hortalizas; producían aguardiente y criaban ganado merino de apreciada lana. La importancia económica de la hacienda era tal que Helmut sólo fue movilizado para el frente en la primavera de 1944. Cuando volvió, procedente de un campo de prisioneros en Francia, encontró a su familia en Francfort del Meno, donde Johanna trabajaba de secretaria en la administración aliada y de taquillera en un cine. Se trasladaron al campo y administraron una escuela de agricultura de una empresa farmacéutica e impartieron cursos de capacitación agraria.
En los años sesenta añadieron el nombre de la hacienda perdida a su apellido y pasaron a llamarse Schmidt-Gödelitz. Fue un gesto contra el olvido que costó 40 marcos. En 1971 murió Helmut, quien nunca volvió a ver Gödelitz. Johanna y Axel, en cambio, regresaron furtivamente a la hacienda en varias ocasiones. Johanna, como jubilada, cuando recibía un permiso de viaje de la RDA para visitar a su hermana en Dresde. Axel, que hoy es uno de los dirigentes de la Fundación Friedrich Ebert en Berlín, cuando trabajaba con rango diplomático en la representación permanente de la República Federal de Alemania en Berlín Oriental.
Tras la reunificación, Barbara, Peter, Heidi y Axel, aquellos niños que nacieron en el Este y se criaron en el Oeste, quisieron recuperar Gödelitz. Se gastaron hasta sus últimos ahorros en comprar a la Treuhand (el organismo administrador de los bienes de la RDA) el caserón familiar, los establos, las pocilgas, el granero y un total de ocho hectáreas de terreno. Compitieron por la compra con una fábrica de azúcar y una sociedad anónima agrícola.
No tenían ningún derecho especial, porque los tratados de la reunificación alemana excluian las indemnizaciones o las devoluciones a sus antiguos propietarios de las fincas de más de 100 hectáreas expropiadas en la reforma agraria de la RDA. Hasta hoy nadie sabe quién fue el responsable de aquella decisión, que fue refrendada posteriormente por el Tribunal Supremo de la RFA. El ex canciller federal Helmut Kohl le echó las culpas a Mijaíl Gorbachov, y el ex presidente soviético se lavó las manos.
Axel Schmidt-Gödelitz sospecha que el Gobierno de Kohl no quiso dejar pasar la oportunidad de hacer un buen negocio. Los partidos políticos alemanes, por su parte, no mostraron gran entusiasmo por las reivindicaciones de los antiguos propietarios, cuya imagen estaba demasiado equiparada a la de terratenientes de espíritu feudal.
Johanna renunció a la plaza ya reservada en una residencia de ancianos de Darmstadt y se trasladó a Gödelitz. La mansión familiar, los establos, las pocilgas, los corrales, los graneros, que habían albergado una explotación agrícola colectiva y un centro de reeducación de alcohólicos en la RDA, presentaban un estado lamentable. Durante un año y medio, la anciana vivió sin ninguna comodidad. Hoy recuerda aquella época como una de las más emocionantes de su vida. Parte de la hacienda ha sido restaurada, pero queda aún mucho por hacer. Para mantenerla, la familia ha abierto una pensión, una veintena de habitaciones con vistas a esta campiña que recuerda la Toscana.
En el foro Este-Oeste de Gödelitz se organizan encuentros con escritores, sociólogos y políticos. La ocasión sirve para reunir a los vecinos de los alrededores y a un público llegado desde lejanos puntos de Alemania. En un sábado de verano asistimos a la conferencia del profesor Christian Pfeiffer, el director del instituto de investigación de la delincuencia de Baja Sajonia.
En el comedor de Gödelitz, repleto de bote en bote, Pfeiffer caracterizaba la delincuencia juvenil en el Este y el Oeste de Alemania.En el Este, los agresores actúan con más frecuencia en grupo y de forma más violenta que en el Oeste, señalaba Pfeiffer, que establecía una relación entre comportamiento violento y educación autoritaria.
Unas semanas más tarde, cuando las autoridades alemanas volvieron a tomar conciencia del peligro de la extrema derecha, los periodistas acudían en masa al profesor para que éste les explicara lo que ya había contado a los vecinos de Döbeln aquella tarde de verano. Y es que Pfeiffer, hijo de campesinos del Este de Alemania, tiene, como los Schmidt-Gödelitz, una especial sensibilidad por la parte oriental de su país.
Pilar Bonet